Paseando por caminos soleados,
allí donde la hierba marca la línea
de la lengua de tierra del camino,
las huellas que no borrará el viento
me llevan a ninguna parte. Siento el olor
de la tierra húmeda por la lluvia
que antes me ha remojado.
Luego, en aclararse el cielo
en escampar las nieblas de algodón
el sol me seca y calienta, la tierra
humea al evaporarse el agua
abandonada por  la reciente lluvia,
y yo respiro a fondo,
codicioso de cielo y tierra, de tanta belleza
que me hace que sentir como un niño
ávido de vida, olvidando preocupaciones
angustias y dolores de cabeza, disfrutando
de la naturaleza con intensidad
de quien intenta aprovechar el instante.
Las piernas como si no avanzaran
ralentizan su paso, poco a poco
en un intento de detener el tiempo
de suspender el paisaje en el infinito
de un bucólico instante eterno,
enrocado en sí mismo, para siempre.